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Si observamos bien, todas las ciudades poseen diferentes capas cronológicas, cápsulas del tiempo que Carmen Sánchez Escribano detecta con su cámara y con las que nos transporta a un pasado aún reconocible para muchos de nosotros; captando, así, lo que de recuerdo de estos lugares comunes aún permanece en nuestra memoria. Su clic es el resorte de la memoria colectiva, de momentos contemporáneos en un decorado donde el tiempo es el concepto: el concepto de anacronía.

Y todo ello desde la contemporaneidad, convirtiéndose esta anacronía en el lugar desde donde sus fotografías retratan el pulso individualizado de la ciudad, el día a día entre el gris cemento reflejado de individuo en individuo. Más que en paisajes urbanos, el objetivo de su cámara se centra, sobre todo, en personas que se relacionan con esta ciudad, cual islas sobre el asfalto, o consigo mismas, pero pocas de ellas interactúan con otras personas. Encontramos pocos grupos y, si los hay, sus integrantes parecen desatomizados, desgregados del bodegón humano que componen. Asimismo, las personas que contemplamos en sus fotografías poseen una razón para permanecer en ellas, pero nunca nos será desvelada porque las fotografías de Carmen Sánchez Escribano no muestran sino que transportan, del ojo de la fotógrafa al ojo del espectador, momentos íntimos. En la estela de Lissete Model, Helen Leavitt o Joan Colom, entre otros, Sánchez Escribano «hace la calle» en busca de ese maravilloso momento: paseantes solitarios, señoras ancianas que van a la compra, jóvenes que caminan con el aire de llegar tarde a una cita y, de reojo, se contemplan en el escaparate, señores que deambulan con el decorado urbano a sus espaldas…

Asimismo, observamos en la obra de Sánchez Escribano una atracción por los escaparates, elementos predominantes y sugerentes en todas nuestras ciudades. Sus fotografías son la simbiosis entre el reflejo y la persona reflejada. Y es que ciertos escaparates de algunas ciudades poseen la capacidad de ejercer de involuntaria cámara urbana, así como de expositor de vidas. Por ello, mercancías y personas se exponen paralelamente, engañando a los sentidos acerca de si es el individuo el que ofrece la razón de ser a un escaparate o es ese escaparate el que expone anónimos retazos de existencias. No nos referimos a los consabidos juegos de espejos, sino al escaparate como soporte fotográfico, al reflejo a través del reflejo, a las vidas a través de la propia vida.

El reportaje con el que arranca la publicación de su serie Las ciudades, está dedicado, precisamente, a la ciudad de las ciudades: Nueva York. No podía tratarse de otra ya que es este lugar sinónimo de algunos de los elementos que caracterizan sus fotografías: anacronía, la ciudad como un inmenso escaparate, la continuidad entre asfalto y personas y, por último, el retrato de la individualidad extrema.

Algunas de las fotografías de Sánchez Escribano dan la sensación de tratarse de momentos robados, de que la fotógrafa espere agazapada tras la esquina para apretar con su dedo el botón disparador de la máquina y así componer un escenario ideal para sus instantáneas. A medio camino entre este punto voyeur y el del mero tránsito urbano, la serie que hoy se inicia con Nueva York continuará en los próximos números con París, Barcelona y Madrid.



Fotografía: Carmen Sánchez Escribano

Texto: Encarna Castillo

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